La cárcel desde sus inicios ha sido pensada para hombres, las mujeres que delinquen, son consideradas una anormalidad social, puesto que escapa a los cánones impuestos –cánones de género y cánones sociales-. Como lo dice nuestra historia nacional y regional, esas almas torcidas y mal enseñadas deben ser castigadas. Dentro de la cárcel se las vigila constantemente y las instruye en virtud, moral y trabajo, se propone como lo define Sánchez (2016), la domesticación de cuerpos femeninos desde las lógicas patriarcales al servicio del capitalismo donde el castigo pasa por sus cuerpos. El trabajo propone un estudio de caso desde un abordaje multidisciplinar, que incluye la perspectiva de género a lo que Marcela Lagarde (2005: 54) llama “estancia con las mujeres” como “acción metodológica”, es decir parte del colectivo definido por el género en diálogo con los estudios de la comunicación (Reguillo, 2008). La aproximación a los datos será a la luz de los elementos de género y poder que sostienen las desigualdades vividas por las mujeres (Schulamit 1992; Blazquez 2011). Ello implica asumir la tarea como mujer e investigadora feminista interesada en cuestionar la cárcel como un cautiverio que reproduce la desigualdad y las violencias.