En la década del 1930 se inaugura una nueva etapa en el proceso de construcción de la identidad nacional argentina. Si a finales del siglo XIX la preocupación por la afirmación de la nacionalidad responde al interés de frenar un proceso de heterogeneización que se percibe como una amenaza a la estabilidad de la Argentina, si en la década del 20 prevalece un fuerte cuestionamiento de aquel relato histórico que aparece institucionalizado y normalizado para el Centenario, en el 30 el debate se consolida con la búsqueda de un modelo de nación para proyectar hacia el futuro. El campo de las artes plásticas resulta ser el propicio para elaborar una nueva puesta en valor que apela a la recuperación de ser nacional, no sólo en clave histórica sino también ontológica. Cierta parte del repertorio visual que se difunde en esta década colabora con la pesquisa sobre lo creemos que somos y cómo somos los argentinos así como con un relato visual en el que modernidad y tradición no son necesariamente antagónicos. En este contexto, es de nuestro interés ocuparnos de analizar la manera en la que una serie de agentes vinculados al campo del arte intervienen en este proceso. Nos ocuparemos particularmente de indagar su participación en aquellos espacios en los que se ponen en juego los mecanismos de consagración artísticos, como pueden ser los salones o la critica de arte. Haremos hincapié en la manera en la que estas incursiones plásticas operan como plataforma de enunciación de un entramado visual que contribuye a la redefinición de un mito de orígenes. Tomaremos algunas imágenes que ejemplifiquen el intento por construir y naturalizar aquellas convenciones que darán sustento a la propuesta de un renovado sentir nacional. Asimismo, encontramos necesario poner en contraste la aparente sintonía entre las imágenes que se privilegian en estos espacios de consagración con el discurso sostenido por los sectores que se reivindican desde una prédica nacionalista.