En los inicios de la epidemia de VIH-SIDA, el esfuerzo de la comunidad científica se centró en definir el perfil de la enfermedad. Por su incumbencia profesional, los epidemiológos jugaron un rol central al momento de formular hipótesis explicativas y modelos descriptivos de la nueva patología. El ejercicio heurístico de una explicación científica tenía como motor a la imaginación social, es decir, la configuración de un imaginario social que se va describiendo a partir de los monitoreos de casos registrados. Varios autores señalaron esta proclividad profesional de la epidemiología de incorporar explícitamente percepciones de las relaciones sociales, patrones de comportamiento, en las explicaciones de los procesos patógenos. Hasta el aislamiento del virus en 1986, descubrimiento que redefine la exploración científica en términos biológicos al adoptarse el modelo del microorganismo patógeno, la hipótesis de “estilo de vida” como factor de esparcimiento de la enfermedad tuvo una aceptación entre los médicos pero sumamente criticada por los activistas homosexuales. En efecto, en sus explicaciones, los epidemiólogos hablaban de “grupos de riesgo” en lugar de “prácticas”. Proponer una “identidad” de riesgo (el homosexual) por sobre la noción de “comportamiento” de riesgo propiciaba no sólo una justificación de estigmatización social sino que, además, suponía un explicación simplificada de los mecanismos de transmisión. Presentaremos el análisis del caso en Argentina.