América ingresó en la historia sin una identidad propia. En un principio, fue confundida con Asia. Después, cuando este error fue subsanado, fue bautizada con el nombre de un europeo. Y fue retratada según la visión de los europeos que la recorrieron y de los europeos que la describieron en sus mapas, en sus textos y en sus ilustraciones. Nunca estuvo en una situación de igualdad con Europa. Siempre fue tratada por ésta como un objeto de conocimiento, conquista, dominación y expoliación que fue descuartizado como el cuerpo de José Gabriel Túpac Amaru. La modificación de esta circunstancia —que revela la presencia de un proceso de coloniaje cultural que se desarrolló bajo la influencia de la proposición civilización y barbarie—, requiere —entre otras acciones—, un cambio de perspectiva como la asumida por Joaquín Torres García, Arturo Jauretche o, más recientemente, el Instituto Geográfico Nacional. Por otra parte, tal modificación también exige, de un modo obvio e inevitable, la práctica del revisionismo histórico, el reconocimiento y la revalorización de lo propio, la implementación de pedagogías que sean latinoamericanas y la concreción de la integración continental.