La forma de expresión propia del relato describe hechos singulares, enmarcados en el tiempo y el espacio. Es posible distinguir el género de la narrativa mítica porque los eventos expresados en la trama suceden en un tiempo y espacio iniciales. Decimos “iniciales” en tanto son escenario de prácticas que en sus primeras veces tienen como protagonistas a los dioses que muestran los límites y las formas de lo posible y deseable para los hombres. En esto, las representaciones de la violencia tienen un papel fundamental. La violencia sería, podríamos sugerir, aquel factor que añadido a las situaciones generales termina produciendo una situación límite. En los relatos míticos, las situaciones generales se ven conmovidas y devienen en situaciones límite, lo que da pie al desarrollo de una trama donde priman los conflictos, las tensiones y muchas veces las violencias. Al mismo tiempo que nos fijamos en la narrativa mítica, podemos pensar en las tensiones presentes en las situaciones históricas que a través de la violencia manifiestan el límite de la situación; necesitamos recordar que lo simbólico –y particularmente la rica expresión que implica su condensación en los relatos míticos– no se encuentra separado del resto de los aspectos de una sociedad. Es posible constatar que el resultado eficaz de la violencia empleada por dioses, hombres y monstruos se corresponde a la percepción de lo legítimo y lo ilegítimo en una experiencia histórica inmersa en los parámetros de una lógica eminentemente estatal. Por tal razón, los agentes disruptores del orden establecido –sea este orden la vida, la realeza o la debida reciprocidad asociada al parentesco– suele identificarse en la narrativa mítica como los rebeldes de los primeros tiempos. Estos rebeldes pueden ser serpientes primordiales como Apofis, venenos personificados o seguidores de Seth (sino él mismo), entre otros. Estos rebeldes simbolizan y tienen un paralelo en todos aquellos hombres –sean súbditos o enemigos extranjeros– que pueden y deberían sufrir la violencia estatal, a fin de cuentas siempre legitimada por unas narrativas que encuentran su justificación en los eventos acaecidos en el tiempo y en el espacio iniciales.