El proceso de consumo adquiere un carácter específico en una economía basada en el intercambio de dones. Al consagrar algunos objetos por fuera del uso cotidiano y dotarlos de una investidura mágico-simbólica se busca entrelazar a los diferentes grupos locales como garantía de paz social, pero también establecer una demarcación entre lo necesario y lo superfluo. La violencia de los gestos de prodigalidad permite pensar el consumo en sintonía con el ritual de sacrificio. La institución de la comensalidad como el consumo ritual en las sociedades arcaicas funciona como un recurso económico-moral que condensa una fuerte preocupación colectiva por la producción, la distribución y el acceso a los alimentos. En este sentido el consumo ritual no es tanto la destrucción de cosas inútiles, como la protección de la comunidad de un mínimo de subsistencia que asegure la estabilidad y la armonía social.