Los años transcurrido del siglo XXI han representado una etapa de visible inestabilidad para el sistema-mundo en general, y para Estados Unidos en particular. En el país se han desarrollado durante décadas profundas transformaciones estructurales en todas las esferas, que han generado crecientes de niveles de tensión a nivel social, con claras repercusiones políticas. A partir de la recesión de 2007-2009, la potencia norteña, como el sistema-mundo en su conjunto, entró en un prolongado período de crisis a partir del agotamiento de la capacidad reproductiva y de la legitimidad de los modelos de desarrollo y acumulación. Esto indica el paso por una etapa de transición entre coyunturas históricas, que la descomposición paulatina de la configuración precedente de complexus cultural y la competencia entre alternativas de ajuste. Dentro de esos marcos se sitúan la crisis de los partidos, la decadencia relativa del poderío internacional de Washington y la fragmentación social. Las presidencias que se han sucedido en el período, algunas de las candidaturas y plataformas en competencia electoral, y diversas agrupaciones y movimientos que han emergido o se han potenciado en el período son otras tantas expresiones de esa competencia. Los fenómenos de polarización política, el fortalecimiento de diversas ramas de populismo, y los multidimensionales y complejos conflictos sociales y políticos observados son las manifestaciones más agudas de ese proceso. Todo esto son síntomas del agotamie