La contaminación del sentido común como acervo común de certezas que permiten reducir la incertidumbre respecto al comportamiento del otro se ve contaminada por la construcción de mitos, las mentiras, el doble discurso, la distorsión de la historia, que rompen con este acervo mínimo de certidumbre, hacen tambalear la confianza, y ocurre una direccionalidad equivocada del miedo que se convierte en agresividad indiscriminada. Si bien el hombre-masa no duda y la certeza lo lleva a la aceptación también indiscriminada, la desconfianza surge de no poder dilucidar cuál es la verdadera intención del mensaje, del temor a ser permanentemente timado. Se pierde así la credibilidad no sólo de los emisores responsables del mensaje distorsionado, sino de la palabra del otro en general. Se crean estereotipos donde supuestamente encaja cada opinión, falla otra vez el pensamiento, y se trasladan los significados a emisores imaginarios que se ven personificados en cualquiera que emita una opinión. Se desconfía, en fin, de la intención oculta del otro. El consenso rutinario se quiebra y, en lugar de ser reemplazado por instancias de reflexión colectiva, la tergiversación de significados lleva a la desconfianza y a la violencia. Peligran tanto el pensamiento como la salud mental del colectivo. Si las creencias compartidas generan consenso rutinario necesario a la hegemonía, la apropiación y la tergiversación de significaciones comunes crea confusión, generando un estado que llamaremos de “Torre de Babel”, cuyo sentido bíblico toma hoy en día la forma no sólo de la imposibilidad de comunicarse, sino la desconfianza, el temor y la agresión hacia el otro. Caos necesario a un momento fugaz de la hegemonía que puede inclinarse peligrosamente hacia una ruptura catastrófica