En medio de una reflexión sobre las dos revoluciones –la revolución americana y la francesa– Hannah Arendt se detiene en la dimensión política de las pasiones. Se tematizan, allí, la compasión, como afecto suscitado por el sufrimiento y el padecimiento del pueblo; la piedad, sentimiento que, resultado de la compasión, redunda en una pasión impolítica. Se ofrece, además, una interpretación de la rabia, emoción privilegiada de los desgraciados –según la autora–; y de la solidaridad, entendida como forma de sensibilidad capaz de promover acciones políticas transformadoras. Son estas puntuaciones, entre otras, las que nos llevan a interrogar, desde una perspectiva crítica, tanto los argumentos que sostienen cada una de las apreciaciones precedentes, como la pregunta acerca de qué otros afectos, no problematizados por Arendt, podrían contribuir al despliegue de una vida más democrática. En este sentido, nos preguntamos: ¿cómo delimitar la dimensión política de las pasiones? ¿Cuáles son sus márgenes? ¿Bajo qué criterio es posible discernir entre aquellos afectos que se componen positivamente con una vida democrática, de aquellos que atentan en su contra? Sobre la huella de Hannah Arendt proponemos, luego, retomar ciertas definiciones de Baruch Spinoza –resignificadas a partir de la lectura de autores contemporáneos como Gilles Deleuze y Diego Tatián– con el objetivo de ensayar algunas respuestas preliminares.