La clásica pregunta “¿Qué es América Latina?” es, por su capacidad refractante, compleja; las condiciones dialécticas para las respuestas, encuentran una infinidad de objetos que direccionan las miradas y las teorías. Muchos historiadores se han debruzado a ese estudio observando siempre la naturaleza mutable de los caracteres que se lanzan como punto de partida para la investigación. Lengua, etnia, el desarrollo histórico y económico, la estructura del Estado, el desarrollo de las sociedades. Esos son los principales argumentos que se presentan dentro del pensar “América Latina”. Al contraponerlos se descubre en verdad que se da unas cuantas vueltas al percibir que, aunque mutables ellas están intrínsecamente ligadas, llevando, en muchos aspectos, a una investigación que se abstrae a la medida que concretiza el carácter dudoso de se consolidar teorías ancoradas en bases tan volubles. Tal vez por esa definición indefinida, es reciente la participación de Brasil como oficialmente perteneciente a la América Latina o la dificultad que todavía se encuentra en entender el Caribe como latinoamericano. Vacuos teóricos complicaron la “Patria Grande” de Bolívar o “Nuestra América” de Martí, pero la calidad de la responsabilidad revolucionaria alimenta la llama de comprender que ese debate todavía no se ha agorado y que la participación popular en ello se legitima cada vez que se entiende la dialéctica de las relaciones sociales, construyendo sentimientos autóctonos de simbiosis importante entre pueblo y Estado, a fin de formar y garantizar una ideología (propia o universal) capaz de elevar esos debates al más allá del público. Abrazando esas inquietaciones ideológicas, somos todos invitados a pensar América Latina “desde su corazón”.