La construcción de la patria grande constituye una asignatura pendiente desde la época emancipatoria, cuando más de un patriota comprendió la necesidad de alcanzar la unidad continental, a fin de garantizar el desarrollo autónomo y pleno de los pueblos americanos. Pero, de un modo inexorable, quienes levantaron la mirada para contemplar la realidad con una perspectiva que abarcaba lo continental, pagaron su osadía de una manera usuraria. No sólo en la vida. También en la muerte. De una manera u otra, todos fueron victimas de la pedagogía de las estatuas en su período de gloria. Y, a través de ella, la figura de cada uno pasó por el tamiz de la formula sarmientina de civilización y barbarie. Durante los dos siglos que signaron la historia de las repúblicas americanas, los movimientos populares que aparecieron en cada una de las mismas, cuestionando la posición de los sectores dominantes y, asimismo, del colonialismo, fueron parte de una realidad mayor: de una realidad abarcativa de la totalidad del continente que traslucía el recuerdo de la que había surgido durante la Guerra de la Independencia, para enfrentar a la corona española. Hoy, tras doscientos años de esperanzas y decepciones, triunfos y fracasos, la unidad americana, esa que fue soñada por José de San Martín y Simón Bolívar, continúa siendo un desafío pendiente, a pesar de los logros alcanzados en los últimos tiempos.