A finales del siglo XIX varios países europeos y sus científicos se interesaron por efectuar exploraciones en territorios desconocidos. El doctor sueco Otto Nordenskjöld organizó una expedición a la Antártida y efectuó el ofrecimiento al gobierno argentino para incorporar dentro del grupo a un oficial de la Marina de Guerra. Las autoridades del Ministerio de Guerra y Marina eligieron sobre cinco candidatos al alférez José María Sobral para integrar la expedición sueca a la Antártida. Pesó en la elección las condiciones técnico-profesionales, morales y su afán de superación, aspectos imprescindibles dentro de la vida militar. Durante el tiempo que permaneció allí llevó un diario personal en el que cuenta cómo fue su vida a lo largo de casi dos años, constituyéndose sus anotaciones en un valioso documento para inferir sobre las condiciones de vida, rutinas, actividades, vivencias y estados de ánimo totalmente alejados de la civilización, situación que empeoró al no llegar en el tiempo estipulado la nave que debía llevarlos de nuevo al continente. La preparación que recibió el alférez José María Sobral durante su formación como marino en la Escuela Naval Militar y también a bordo de unidades de la Marina de Guerra sirvieron para afrontar con creces el desafío de enfrentar la dureza de una tierra inhóspita con condiciones climáticas extremas trabajando incansablemente y conviviendo con un grupo de costumbres y tradiciones desconocidas, con una lengua diferente y con prejuicios hacia su persona.