El primer concepto de libro digital probablemente nació ya por los años 70, en conexión con el Proyecto Gutenberg. Ese proyecto nació en 1971, liderado por Michael Hart, y buscaba digitalizar textos en el dominio público (al día de hoy sigue vivo, y según Wikipedia lleva digitalizados más de 100.000 títulos si se considera a las entidades asociadas y relacionadas) y distribuirlos en forma gratuita. En ese momento, todavía no existían dispositivos diseñados especialmente para esos libros digitales, sino que debían ser leídos en computadoras (o impresos). En los años ‘90, surgieron varios dispositivos electrónicos (como el Rocket e-book o el SoftBook Reader) que prometían revolucionar la industria editorial y amenazaban directamente al viejo libro de papel (codex según Umberto Eco), pero por una variedad de motivos nunca cumplieron esa promesa, sino que más bien quedaron pronto en el olvido. La presente década vio el nacimiento de otra promesa, la tinta electrónica, que con su alto contraste permite la lectura a pleno sol, además de tener bajo consumo y otras virtudes (incluso ser plegable). Además, el reciente éxito comercial del Kindle (el e-book reader del gigante estadounidense Amazon), la iniciativa Google Book Search (que tiene pretensiones digitalizadoras casi universales) y el renovado furor que rodea a las tablets (de las cuáles la iPad de Apple es el ícono principal) contribuyen a una particular efervescencia del sector. Sin embargo, como se argumentará en este trabajo, la industria editorial todavía está en un estado de transición, sufriendo mutaciones que la alejan de la matriz forjada en el capitalismo industrial, pero todavía lejos de estar estabilizada en un nuevo modelo totalmente acorde con las condiciones emergentes del capitalismo cognitivo.