Cualquiera puede compartir la sugestiva admiración que tenía Borges por la antigua y firme estabilidad del sur de la Ciudad de Buenos Aires, cuyas raíces se habían nutrido de una cierta y aún perdurable noción de que el sur es una porción del pasado que vive en el presente. Viejos almacenes de barrio, veredas angostas alumbradas por faroles de luces cansadas que apenas sirven de reflejo para los empedrados añejos, antiguos bodegones, etc., son signos aún visibles, y constituyen los rasgos más pintorescos de una geografía actual en la que no faltan evidencias de las huellas que dejó la inmigración. El auge y la decadencia de la Industria Nacional no le han dejado indemne. A lo largo del tiempo, ha habido diversas iniciativas para renovar el sur, que empieza a partir de Rivadavia en algunos barrios y un poco más al sur en otros. Hoy se muestran prósperas las que buscan apropiarse de identidades que condensan rasgos de valores pasados y que orillan tiempos añorados. Así, se ha vuelto prolífica la convocatoria a grandes masas de ávidos consumidores de símbolos. La indagación de los discursos que edificaron y/o administraron esa simbología que le confiere aires de encanto al sur de nuestra ciudad, que tienen su correlato en marcas visibles en el territorio, que comprenden una dimensión política, geográfica, económica, artística y cultural, y, quizás de manera sustancial, una dimensión profundamente estética, es fundamental para comprenderlo como un maravilloso aleph que testimonia múltiples tiempos, experiencias y tradiciones.