Se ha señalado ya muchas veces que una buena parte de la narrativa argentina contemporánea abunda en el relato mínimo, la anécdota insignificante; narradores en primera persona que se lanzan al racconto desordenado y aleatorio de fragmentos, que al modo de átomos narrativos, van componiendo la materia difusa y a veces difícil de clasificar (¿son autoficciones, crónicas, anotaciones dispersas, diarios, manifiestos generacionales, ensayos, incluso mala literatura?) de eso que algunos llaman un nuevo realismo. ¿Qué sería entonces lo propio de estas nuevas ficciones? ¿Por qué serían –si lo son– nuevos modos del realismo? ¿Qué podrían decirnos de la experiencia contemporánea? ¿En qué términos, con qué recursos narrativos y en qué figuras ellas captan algo de las mutaciones de la sensibilidad en el mundo actual? Si dicha sensibilidad se caracteriza por una preeminencia de estados de anestesia, desafección, automatismo y dispersión, cabe preguntarse: ¿en qué tonos se manifiestan estas disposiciones anímicas? ¿Melancólicos, escépticos, trágicos, tristes, eufóricos, maníacos, delirantes? ¿Qué combinaciones o que exclusiones se traman entre ellos? ¿Son estos estados algo puramente subjetivo? O por el contrario: ¿pueden aportar estas narrativas elementos para una interpretación no subjetivista de la experiencia?