En las últimas dos décadas han reverdecido, incluso en el ámbito académico e intelectual, una interpretación y una actitud reactiva frente al proceso de transformación cultural y social conocido como 'Modernidad', que contrapone dos versiones de la misma: una a la que podemos caracterizar como proceso interno de naturaleza 'temporal', que entiende a la modernidad como un proceso de autotransformación de las sociedades, en términos de una ruptura con estructuras y prácticas tradicionales, y en dirección a valores e instituciones inclusivas y universalistas; y otra, que se le contrapone, es la versión que entiende que la Modernidad es un proceso esencialmente externo de naturaleza 'espacial', que opone las coordenadas de 'lo local' -como 'propio'– a 'lo global' como 'ajeno', y concibe a la misma como un proceso de 'invasión', 'colonización', y subordinación de 'lo propio' o 'nuestro' por parte de lo 'ajeno' o 'extraño'. Se identifica así a la Modernidad como una forma de alienación, que distorsiona y atenta la identidad propia, la propia cultura y los modos locales y propios de organización de prácticas e instituciones. Esta es una forma de rechazo a los valores universalistas de la Modernidad -y de la sociedad moderna– que en sus formas recientes adopta la forma de la 'crítica al imperio', y el retorno de los nacionalismos y los populismos antiliberales, además de una reivindicación post-moderna de las tradiciones pre-modernas, y una denuncia del impulso universalista moderno como forma de dominación (neo-)imperial o 'neo colonial'.