Estamos presenciando un cambio de época, marcado por el avance del movimiento de mujeres y disidencias. No obstante, las banderas que promueven los cuestionamientos al patriarcado no logran aún romper el cerco moralizante que encubre las raíces profundas de la cuestión penal, especialmente cuando se trata de punir mujeres: en los últimos 15 años, el crecimiento del encarcelamiento de mujeres ha triplicado al de los varones. Cuando más de un 40% de las mujeres re encarceladas forman parte de un circuito perverso, donde ninguna forma de violencia les es escatimada, urge poner en tensión la íntima relación entre el crecimiento exponencial de la criminalización de las mujeres con las desigualdades propias de la feminización de la pobreza, especialmente si se considera el alto índice de fracasos en la implementación de medidas alternativas al encierro. Las diversas iniciativas de lucha que toman casos testigo no logran quebrar las rígidas estructuras que sostienen la justicia patriarcal. Es preciso desmontar la trama de prácticas y discursos que exceden el sistema penitenciario, y aún el propio ámbito penal, visibilizando los fundamentos del patriarcado, que reeditan inexorablemente la noción del infirmita sexus. El férreo disciplinamiento neoconservador hace estragos. Es tiempo de romper las cadenas.