Desde mediados del siglo XX, con el desbloqueo del neo liberalismo, -enunciado por Foucault como una forma de gobierno de lo social y de las poblaciones-, la medicina ya no ocupa sólo su lugar en el tratamiento del enfermo y la enfermedad, sino otros planos de la vida de los individuos, de la sociedad, lo cual es impulsado a través de ciertas modalidades. Según Natella (2008), el objetivo de estas, las cuales están inscriptas en la línea de la medicalización, apunta a “la construcción de nuevas enfermedades hasta alcanzar los procesos comunes de la vida”. En este contexto, se crean las condiciones generales para la producción de un nuevo discurso dominante, el de las neurociencias, que tiene la particularidad de incorporar prácticas provenientes de los valores y principios de la economía de mercado: alcanzar la felicidad, el cuidado de sí y el éxito, pero bajo variables de rendimiento económico de los individuos. En esta línea, observamos que fundaciones argentinas, ONGS y organismos internacionales promueven y reproducen este discurso sobre la salud mental -que con el fin de reconducir las conductas y “mejorarlas”-, patologiza estados de ánimo, y en efecto, promueve la medicalización de la sociedad.