Se propone abrir un debate sobre la manera de difundir un pensar-hacer no moderno. ¿Cómo hablar de un derrame de pensamiento que no se entiende, que no está comprendido ni puede analizarse desde la ciencia moderna? ¿Estamos condenados a explicar autores? ¿Por cuanto tiempo condenaremos a los estudiantes a repetir en los exámenes las mismas respuestas? Hay quienes experimentamos un mundo para el cual las herramientas modernas se han quedado obsoletas; los mecanismos de pensamiento definidos por la subjetividad genocida de por lo menos 300 años atrás, reinterpretan, camuflan, adaptan este fluir a sus objetivos. Muchos de nosotros, los simpatizantes, los negadores, los aliados y hasta los indecisos, pisan las trampas y no logran escapar a la captura, acarician así las trampas que no pudieron detectar y creen desplegar métodos revolucionarios que no hacen más que desactivar el deseo-motor-pensamiento que suele denominarse posestructuralista. Existen maneras, han existido siempre ya que esta forma de estar en el mundo no es nueva. Se vislumbran en la cultura popular, en los pensares llamados por algunos “poscoloniales”, se huelen en lo artístico y aparecerán sin duda, en el espacio tiempo en ebullición de la jornada para la cual se escriben estos signos.