Al momento de analizar las asimetrías con las que actúa el sistema político sexual dentro de un cuerpo social, podemos dar cuenta de distinto significados que contienen y posicionan –de forma desigual- lo que es ser mujer y ser hombre. En este mismo sentido, la virilidad debemos comprenderla como un ethos político-sexual, que mantiene relación de carácter ideológico con los cambios políticos y sociales en los que se sitúa; subjetivando y estableciendo disposiciones en el quehacer del hombre y también de mujeres. Pues si bien, mediante distintas tecnologías y discursos pareciese suceder un cambio social en torno a distintos conflictos sexuales, se siguen reproduciendo distintos fenómenos –de carácter histórico- en donde se perpetúa la imagen del hombre dominante; como es el caso particular de los hombres agresores de mujeres dentro de una relación de pareja. Este grupo masculino retrata la violencia física, psicológica y/o simbólica, con la que mantienen relaciones de poder hacia el “sexo opuesto”; un fenómeno global que devela la fuerza con la que se sostienen los posicionamientos desiguales en el orden sexo-político; en el que se hace pertinente complejizar en el análisis de cómo se construyen los distintos significados que dan consistencia y fuerza a la moral viril imperante, que a pesar de los distintos cambios tecnológicos, discursivos, ideológicos, etc., desde su origen ha preservado y perpetuado al hombre como sujeto político empoderado, dominador y violento