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Mesa 24. Immanuel Kant, dos siglos después
Coordinador(a):
Rubén Dri y Sebastián Carassai.
Descripción:
Editorial Hace dos siglos moría Kant, uno de los filósofos más importantes de la modernidad, dejando un legado filosófico inagotable. No habiéndose movido prácticamente de su ciudad, Königsberg, elaboró una filosofía universal que representa un verdadero giro, de tal manera que podemos hablar del pensamiento filosófico pre y el poskantiano. Su filosofía está completamente arraigada en su contexto cultural, social y político. Nos encontramos en la segunda mitad del siglo XVIII, en el que se fue desplegando con aires triunfales la luz de la razón, produciendo ese espléndido fenómeno que se conoce con el nombre de Ilustración, que nuestro filósofo definió como “la salida del hombre de su autoculpable minoridad de edad” que inmediatamente pasa a definir: La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía del otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!, he aquí el lema de la Ilustración. Fiel a esta concepción Kant hace un vigoroso uso de la razón buceando en todos los ámbitos en que la razón procuró plantar la bandera de su soberanía. Incursiona en los campos de las matemáticas, de la geometría, de la geografía, de la física, de la astronomía. Sus estudios en esta última ciencia le permitieron elaborar lo que se conoce como “hipótesis de Kant-Laplace” sobre el origen del sistema solar a partir de una nebulosa originaria. Pero el ámbito propio en el que se despliega y manifiesta a plenitud su genio no es tanto el científico cuanto el filosófico. Del siglo XVII al XIX se producen profundas transformaciones en todos los ámbitos del quehacer humano. Se trata de lo que puede conocerse como revolución moderna o burguesa o capitalista. Lo fundamental es que nos encontramos con una verdadera revolución que no deja nada como estaba. De esa revolución nosotros, latinoamericanos, argentinos del siglo XXI, somos hijos. No somos hijos queridos, amados, protegidos. Todo lo contrario, somos malqueridos, vapuleados, oprimidos, pero hijos al fin. Ello significa que no podemos conocernos a nosotros mismos y, en consecuencia, vislumbrar lo que debemos hacer para realizarnos sin conocer las líneas fundamentales de pensamiento que se gesta en los inicios de esa revolución. Después de la caída del imperio romano, carcomido por sus propias contradicciones e invadido por las tribus germanas, se inicia el largo proceso de formación y desarrollo de la sociedad feudal, en la que se despliega la teología cristiana como cosmovisión. Según esa teología, el orden social se rige por dos poderes o dos espadas, las espada material, en manos del príncipe y la espada espiritual, en manos del Papa. La filosofía y las ciencias dependen absolutamente de la teología, que es la verdadera ciencia. Naturalmente que ello no se realiza sin conflictos. Las relaciones entre teología y filosofía, teología y ciencias, reproducen las relaciones entre el Estado y la Iglesia, el imperio y el sacerdocio. Relaciones conflictivas en las que del Césaro-papismo se pasa a la teocracia y viceversa. En el siglo XIII, con Santo Tomás, comienza a abrirse el espacio para la realización autónoma del conocimiento filosófico y científico. Efectivamente, apoyándose en Aristóteles Tomás plantea una doble entrada del conocimiento, una espiritual, sobrenatural, mediante la revelación divina al intelecto, y otra, sensible, material, mediante la captación de los objetos mediante los sentidos. Ello expresaba la realidad de una nueva clase social que venía asomando, la incipiente burguesía que realizaba el comercio en las ciudades y pugnaba por su autonomía. Dos fuentes de conocimiento, en consecuencia, la revelación divina al intelecto y los datos que los objetos externos proporcionan a los sentidos; dos ámbitos sociales, el religioso y el secular; dos instituciones, la iglesia y el reino o imperio; dos tipos de fines, el fin ético natural y el fin religioso sobrenatural; dos tipos de ciencias, la teología, derivada de la revelación y la filosofía y las ciencias, que surgen de los datos que los objetos proporcionan a los sentidos. No se plantea todavía la independencia de la filosofía y las ciencias con relación a la teología, sino una relativa autonomía. Ciencias y filosofía pueden desplegarse sin recurrir a la teología, pero si sus descubrimientos chocasen con verdades teológicas, son éstas las que predominan. Aquéllas deben someterse. Galileo lo habría de comprobar dolorosamente. Pero ya el espacio para la independencia estaba abierto y se comienza a transitar en los siglos XIV, XV y XVI, hasta proclamar su independencia en el XVII. Precisamente en ese siglo reflexiona Descartes: Hace ya algún tiempo que me he dado cuenta de que desde mis primeros años había admitido como verdaderas una cantidad de opiniones falsas y que lo que después había fundado sobre principios tan poco seguros no podía ser sino muy dudoso e incierto, de modo que me era preciso intentar seriamente, una vez en mi vida, deshacerme de todas las opiniones que hasta entonces había creído y empezar enteramente de nuevo desde los fundamentos si quería establecer algo firme y constante en las ciencias (Descartes, 1967, p. 216). El pensamiento filosófico quiere quitarse todo el peso del sistema teológico, desarrollado durante tantos siglos y penetra decididamente por la brecha abierta por la reflexión tomista y ensanchada por pensadores como Marsilio de Padua y Guillermo de Ockham. Descartes, en un gesto desmesurado, se quita todo el andamiaje filosófico y teológico anterior, quedándose sólo con su conciencia, desde donde se da a la tarea de rehacer todo el mundo de la cultura. Malebranche, Spinoza, Leibniz continúan la ciclópea tarea, entrecruzándose y enfrentándose con otra corriente de pensamiento que no deja de ahondar la brecha abierta. Son Locke, Hume y una serie de filósofos quienes, frente a la preeminencia de la razón de los primeros, sostienen la correspondiente de los sentidos. Racionalismo y empirismo, idealismo y materialismo, deísmo y ateísmo se entrecruzan en una búsqueda frenética. Es el entusiasmo del descubrimiento de un mundo nuevo. Es en este entrecruzamiento de búsquedas, de descubrimientos, de disputas, de entusiasmo que interviene Kant, expresando que El “maduro juicio de la época no quiere seguir contentándose con un saber aparente y exige de la razón la más difícil de sus tareas, a saber: que de nuevo emprenda su propio conocimiento y establezca un tribunal que al mismo tiempo que asegure sus legítimas aspiraciones, rechace todas las que sean infundadas, y no haciendo esto mediante arbitrariedades, sino según sus leyes inmutables y eternas. Y este tribunal no es otro que la Crítica de la Razón pura (Kant, 1961, p. 121). Diez años de silencio habían precedido al establecimiento de semejante tribunal de la razón. Diez años en los que Kant pone en cuestionamiento todo su pensamiento hasta entonces anclado en el racionalismo que había sido sintetizado por Christian Wolf. Hasta ese momento ya era conocido por su producción tanto filosófica como científica. Pero el encuentro con la otra corriente de pensamiento que venía de las islas del mar del norte lo hizo entrar en crisis. Él se referirá a ese encuentro con la célebre metáfora de un despertar del sueño dogmático. Fue un repensar pausado y profundo del que saldría a luz la Crítica de la Razón pura como la entrada a un nuevo espacio teórico que sería luego cubierto desde 1781 has su muerte, acaecida en 1804, por una serie de trabajos que cubren todo el ámbito de los problemas epistemológicos, científicos, morales, estéticos, históricos, sociales, y políticos. Afirmábamos en el primer número de esta revista que nuestro pensamiento no debía estar desvinculado de las luchas de nuestro pueblo, pero aclarábamos que La opción de acompañar el proceso de lucha de nuestro pueblo con nuestras reflexiones filosóficas, no significa tratar siempre en forma directa de sus luchas, movimientos, reivindicaciones y reclamos. Las mediaciones de un pensamiento que no quiere ser meramente apologético, propagandístico o populista, son múltiples. Si criticamos la dependencia cultural que lleva muchas veces a esperar al pensador de los centros de poder para saber qué debemos pensar nosotros, ello no implica desconocer el pensamiento gestado en esos centros La filosofía de Kant constituye una de esas mediaciones por las que es preciso pasar si queremos realmente penetrar en nuestra realidad, pues es uno de los pensadores que señalaron caminos por los que es necesario transitar. Ello no significa de ninguna manera repetir, sino asumir críticamente como hicieron todos los grandes pensadores, incluso aquellos como Descartes que creyeron que empezaban desde cero. Como se ha demostrado fehacientemente, en la filosofía de Descartes, a pesar del serio esfuerzo de empezar desde cero, se encuentra toda la filosofía anterior críticamente asumida. En filosofía aprendemos de todos los grandes maestros que nos han precedido, de Platón y Aristóteles, de San Agustín y Santo Tomás, de Descartes y Spinoza, de Hobbes y Hume, de Kant y Hegel, de Marx y Adorno. Pero los asumimos críticamente. Las categorías que ellos elaboraron, los caminos que transitaron, nos sirven en la medida en que son recreados, transformados. Nunca son dogmas o verdades definitivas, sino iluminaciones que nos permiten ver nuevas realidades en situaciones que ellos desconocieron. Es en ese sentido que asumimos el pensamiento kantiano. Todo lo que él pensó es de peso, pero ello no quiere decir “verdadero”. Pensamiento majestuoso, profundo y penetrante, pero de ninguna manera significa ello que se halla más allá de toda crítica. Precisamente, sus obras fundamentales llevan el título de “crítica”, mostrando, de esa manera, que todo pensamiento creativo debe ser crítico. Y es así, críticamente, que lo tomamos. Bibliografía Descartes, René (1967) Obras escogidas. Buenos Aires: Losada. Kant, Immanuel (1961) Crítica de la Razón pura. Buenos Aires: Losada.
Rubén Dri (2004) Buenos Aires: Biblos. [ pdf Texto completo ]
Sebastián Carassai (UBA) [ pdf Texto completo ]