El periodismo y su relación con el pensamiento nacional cruza trasversalmente una profesión que, hoy, especialmente  por las cláusulas antimonopólicas de la ley 26.522, incomoda a no pocos profesionales de la palabra a la hora de seguir la línea editorial de la empresa o sociedad estatal por la cual reciben su paga. Este clima de época persiste en la nueva era digital donde los patrones comunes son lo efímero, lo accidental y lo contingente, desbordado por una abundancia informativa que borra -en el libre flujo de noticias- fronteras, territorios y horizontes colectivos. En este contexto la discusión acerca del llamado periodismo militante resulta opaca cuando se emprende un viaje por las páginas que promueven la transparencia comunicacional y otras pátinas de democracia. Las secciones de periodismo ciudadano de los noticieros son un fiel reflejo de la búsqueda insaciable por noticias blandas y de escaso relieve político. El periodismo encarna todas las contradicciones propias de su presente histórico. Vale recordar que en 1810, La Gazeta de Buenos Aires produjo un tipo de periodismo comprometido con un proceso emancipador. La novedad es que los tiempos de Internet y su condición (discutible) de no lugar ya no es la del periodismo de la novela por entregas como ocurrió con Operación Masacre. Tampoco la decodificación de cables de noticias encriptados en la clandestinidad es una demanda del público. Los escándalos de Wikileaks, sus filtraciones y olvido son parte de una dinámica nueva en la que los periodistas deben encontrar el lugar para asumir el desafío y el compromiso comunicacional de trabajar sobre datos y hechos relevantes que merecen tomar estado público.