Aun cuando el deseo de reproducir el mundo en imágenes precede muchísimo a la invención de las técnicas y artefactos necesarios para plasmar las mismas en un film – variados trabajos sitúan a la alegoría de la caverna de Platón como un claro antecedente de la imaginería cinematográfica – sólo a partir del siglo XIX, con la moderna técnica y la industria incipiente, surge el cine tal como lo experimentamos en la actualidad (Burch, 1994, Machado, 2000). No existe otro arte que mantenga una relación tan estrecha con la base industrial y financiera y con la división del trabajo, todos elementos que confieren al cine un carácter masivo y lo diferencian sensiblemente de otras artes en las que los determinantes económicos no se hacen presentes desde la misma concepción de la obra (Sorlin, 1985). En nuestro país específicamente, se ha dado durante los últimos años (1997-2005) un debate en el terreno de la crítica y la academia que involucra los criterios que debería seguir el INCAA para conceder financiación y apoyo a un film, es decir, si debe promover películas que garanticen una cierta rentabilidad económica o brindar su apoyo a producciones de bajo costo, destinadas al “campo de circulación restringida”, (Bourdieu, 1998). Asumir que no existe una causalidad univoca y una relación no mediada entre los determinantes económicos y financieros y la realización fílmica obligaría a precisar los términos en los que se problematiza una determinada correlación entre producción y estética que, para algunos, sería el sello distintivo del cine argentino reciente (Aguilar, 2005).