El cine se ha convertido en una gran maquinaria ideológica y de producción de conocimiento. Cada vez es más común observar que, el acercamiento a la historia, especialmente en los más jóvenes, se da por intermedio de los medios audiovisuales. Por eso mismo, es necesario pensar el rol que cumple el audiovisual como fuente. Así es que el propósito de este trabajo es analizar críticamente el pasado reciente de la Argentina, a través del cine de Adolfo Aristarain, director que desde 1981 con “Tiempo de Revancha” viene haciendo alusiones a la realidad política del país. Éste director con su obra, atravesó distintos períodos históricos y sociales de nuestro país, como, la dictadura militar, la transición democrática y la democracia ya consolidada, pero con una crisis económica brutal en el 2001. Estas películas de transición puntualizan algunos aspectos de la realidad nacional, que seguirían manteniendo vigencia en el cine argentino de los primeros años de la democracia: el enfrentamiento con el pasado, las vivencias del exilio (tema muy presente en Aristarain: “Un lugar en el mundo”, “Martín (Hache)”, “Lugares Comunes” y “Roma”) y los problemas que deben ser abordados en el presente. Junto a Agresti, Juan José Jusid y Luis Puenzo entre otros, será hijo de este cine en democracia. Una de las cuestiones que vemos en la filmografía de Aristarain es la cuestión del exilio y de la moral, pero sobre todo el poder que tiene la palabra. Es decir que, en su filmografía hay una vocación de trascendencia, de hacerse oír y dejar una impronta en el cine que va mucho más allá de lo artístico para formular un discurso humanístico que se articula, no tanto a través de la acción, sino mediante diálogos que se convierten en prosa literaria audiovisual. Sus películas son una permanente invitación a la reflexión sobre la condición humana, el individuo y la sociedad, con todas las ataduras a las que se enfrentan sus personajes. Justamente todas sus películas pueden ser utilizadas como fuente histórica, ya que son reflejo del presente que le toca vivir al director y sus actores, es decir que, la fuente fílmica es producto de una determinada sociedad.