La Edad Media ha sido testigo del surgimiento, resurgimiento y desarrollo de uno de los fenómenos más significativos de aquellos tiempos: la ciudad. El crecimiento y expansión que experimentaron dichos núcleos convirtieron al hecho urbano en un complejo conjunto de factores caracterizadores, susceptibles de analizar desde distintas perspectivas, a partir de la observación de sus elementos descriptivos -murallas, calles y puertas-, la diferenciación social, los regímenes jurídicos, la diversificación económica y la confluencia de diversos poderes. En el caso particular de la Península Ibérica, hacia el siglo XV las ciudades adquirieron un alto grado de autonomía en cuestiones políticas, sociales, militares y de hacienda, convirtiéndose así, en ejes ordenadores del reino. Paralelamente, el Reino de Castilla atravesaba una importante crisis política. La muerte del sucesor al trono, Alfonso, y del rey, Enrique IV, dejaba en manos femeninas la conducción del reino: Isabel o Juana. La proclamación de Isabel como reina de Castilla abrió un conflicto con doble vertiente: una externa y una interna, que sin embargo, poseen una misma raíz. La primera hace referencia a la guerra que se desata con el reino de Portugal, y la segunda a la rebelión de las ciudades que se negaban a jurar a la nueva soberana, ambas por la defensa de los derechos al trono de Juana, la hija del rey. En este contexto, las ciudades adquieren un papel preponderante: se convertirán en aquellos espacios donde Isabel de Castilla desplegará su poder en pos de defender su derecho al trono y la legitimidad de su sucesión. El objetivo del siguiente trabajo consiste en realizar una primera aproximación al estudio de la articulación de diversas estrategias políticas de la manifestación y comunicación del poder en el marco de las ciudades, que llevaron a la configuración del reino isabelino, conformando una geografía del poder.