Ya a comienzos de los años ‘20 la Nueva Escuela Histórica había marcado cierta diferenciación respecto de la tradición historiográfica heredada y del mundo de las letras fundada en su dominio del método que les permitiera el tratamiento objetivo de la materia. Al mismo tiempo se expandían en la universidad, en parte gracias a la Reforma Universitaria de 1918, y comenzaban a ocupar distintas instituciones. La NEH habría conducido un proceso de ampliación y consolidación de las instituciones de la historia profesional a tal punto que hacia la Segunda Guerra Mundial la base institucional había crecido con la fundación de nuevas carreras y centros de investigación, varias revistas especializadas estaban circulando, los contactos con los historiadores y centros extranjeros se habían regularizado y el Estado solía consultar a los historiadores y subsidiar y retribuir sus actividades de muchos modos. La debilidad institucional que predominó en las décadas previas hizo que fuera imposible de llevar adelante un espacio de sociabilidad en el cual pudiera ser posible el desarrollo de investigaciones históricas generalizadas y fue la posterior proliferación de instituciones la que contribuyó a que esta incipiente generación de historiadores tuviera mayor facilidad al momento de lograr su propio afianzamiento. Por eso mismo un objetivo de este grupo fue la cooptación de instituciones públicas ya existentes, trabajando desde ellas; y además la creación de otras nuevas que sirvieran como respaldo institucional a la formulación de su discurso historiográfico. La propuesta de este trabajo es desentrañar, entonces, el rol que ocuparon los espacios institucionales proponiendo que la pertenencia a dichos espacios puede verse como uno de los factores de cohesión intelectual en la identificación de la NEH como un grupo homogéneo, rasgo que muchas veces se ha puesto en duda dado el carácter heterogéneo en cuanto a perspectivas políticas o temáticas de investigación de sus exponentes más importantes.