Siempre ha existido una estrecha relación entre la historia como disciplina y la política. Sin embargo, en el presente esta correspondencia se ha transformado en una confrontación compleja, inestable y problemática entre el saber de los historiadores y las demandas políticas, más o menos explícitas, a las que se ven sometidos por parte de los estados, los poderes supraestatales o los diferentes grupos de identidad. Reflexionar sobre esta situación a través de los valores de la profesión es nuestra propuesta. Primero, para criticar las manipulaciones del pasado desde la convicción de que de todos los posibles usos públicos de la historia el político es el más determinante, pues permea todos los demás y, en sus formas extremas, es el que degrada a la historia, transformándola en una historia meramente instrumental, sin más razón que su utilidad para ser usada. Pero sobre todo, porque la historia puede ser redimida de esa instrumentalización, a condición de recuperar la extraordinaria complejidad del pasado mediante la asimilación crítica de las responsabilidades basadas en la «autocompresión» del historiador. En tal sentido, la reflexión sobre este tema no sólo se refiere a la actualidad inmediata; tiene un significado y un ámbito bastante más vasto, más allá de nuestro tiempo y nuestros países, e induce a preguntarse sobre el objetivo de los historiadores profesionales por superar la naturaleza ideológicamente maleable del pasado. Al cabo, resulta difícil desmentir que escribir contra el «ideologismo» profundizó la modernización del discurso histórico. Y también, que el incremento de la politización siempre ha supuesto una amenaza, al impedir la crítica interna y promover la desconfianza y el descrédito del trabajo histórico.